La Escuelita de Famaillá tendría que haber sido inaugurada
como una institución educativa en el año 1975. Sin embargo, no llegó a cumplir
ese objetivo de convertirse en un espacio de enseñanza, con chicos de
guardapolvos blancos jugando en los recreos. Sus paredes gastadas por los años
aún guardan el dolor, el sufrimiento y el terror de todo lo que representó el
Operativo Independencia, primera experiencia masiva y sistemática de la
implementación del terrorismo de Estado, que se extenderá a todo el país a partir
del 24 de Marzo de 1976.
La Escuela Diego de Rojas, conocida como la Escuelita de
Famaillá, fue el primer centro clandestino de detención de la Argentina; lugar
de secuestro, tortura, muerte y desapariciones, que funcionó desde febrero de
1975 hasta fines de 1976, cuando las prácticas represivas se trasladaron a
Nueva Baviera. Según testimonios
obrantes en el Archivo Nacional de la Memoria y en causas judiciales, por sus
instalaciones pasaron más de 2000 personas, muchas de las cuales fueron
asesinadas o se encuentran desaparecidas.
A pesar de su trágico antecedente, la escuelita empezó a
funcionar como institución educativa llegada la democracia. Desde entonces, los
organismos de Derechos Humanos, familiares y víctimas pelearon para que fuera
declarado Lugar Histórico Nacional, instancia que se produjo recién en
diciembre del 2015, cuando la entonces presidenta de la Nación, Cristina
Fernández de Kirchner, firmó el decreto asignándole esa categoría. Antes, ya se
había cumplido con uno de los pedidos de la familia educativa de Famaillá para
que se construyera un nuevo edificio escolar que esté destinado a los alumnos
que asistían, suceso que se produjo en el año 2013.
La Escuelita era sede del comando de operaciones conjuntas a
cargo de la 5° Brigada de Infantería del Ejército, lo que la constituyó en el
centro del circuito represivo, en coordinación con los campos de reclusión que
se montaron en los ex ingenios Nueva Baviera, Lules y Santa Lucía, la
comisarías de Famaillá y de Monteros, “la chimenea” de Caspinchango, los
“conventillos de Fronterita” (ex Ingenio Fronterita) los campamentos de Monte
Grande y Acheral, y la Jefatura Central de Policía, entre otros.
María Coronel, es la coordinadora de este espacio. Llegó a
presidir el lugar por su historia de vida y su compromiso en la lucha por la
Memoria, la Verdad y la Justicia, ya que durante el golpe militar su padre fue
asesinado y su madre secuestrada y, todavía, continúa desaparecida. Ella junto
a su hermana militan por los Derechos Humanos desde que eran pequeñas.
“El trabajo diario que hacemos acá es fundamental, porque
este fue el lugar en donde se ensayó lo que después fue el terrorismo de
Estado, con sus prácticas más aberrantes y con una modalidad cruel de la toma
de los pueblos del sur tucumano. En estos momentos la construcción que nosotros
estamos llevando adelante es la construcción del primer espacio para la memoria
de Tucumán y del norte argentino, porque por esta escuelita también pasaron
santiagueños, catamarqueños”, explicó Coronel.
Pero esta construcción de un Espacio para la memoria a la
que hace alusión María, no empezó hace poco, sino hace muchos años. Incluso se
conformó para ese fin una Mesa de Consenso, integradas por distintos
organismos, como H.I.J.O.S, la Comisión por la Memoria del Sur Tucumano,
sobrevivientes de ese centro clandestino, la CTA, las secretarías de Derechos
Humanos de la Provincia, el Ministerio de Educación de Tucumán, el Giget (Grupo
de Investigación sobre el Genocidio en Tucumán), entre otras organizaciones.
escuelita de famailla 9“Con la Mesa de Consenso, estamos
recién pudiendo empezar a plasmar todos los proyectos y los objetivos que hay
en este espacio; es con lo que venimos soñando hace muchísimo tiempo, porque
queremos contar la historia no solo de lo que fue este centro clandestino de
detención, el horror de los crímenes de lesa humanidad durante el Operativo
Independencia, sino también poder trabajar desde acá, la memoria del sur
tucumano”, resaltó la coordinadora de la Esculita al adelantar un proyecto de
historización que arranca desde el cierre de los ingenios durante la Dictadura
de Juan Carlos Onganía, en el 66.
El objetivo de esta muestra es relatar una realidad que
devela quiénes fueron las víctimas principales de este centro: “Eran en su
mayoría obreros del surco, delegados de FOTIA, sindicalistas de distintas
fábricas. Había una intencionalidad muy clara de frenar esas luchas que
marcaban la identidad del sur tucumano, es eso lo que queremos rescatar desde la
tarea diaria que llevaremos adelante”.
María destaca “la fuerza y la energía que le ponen los
sobrevivientes, quienes a pesar de haber vivido el terror, se siguen levantando
y sosteniendo este espacio”. A su vez, resalta el compromiso de la Secretaría de
Derechos Humanos local para poner en valor a la Esculita de Famaillá:
“Mas allá de que hay
una cogestión con Gobierno nacional, la realidad es que se trabaja con los
fondos y recursos que aporta la provincia”.
“Realmente la provincia está comprometida con lo que
nosotros hacemos acá como políticas de memoria. Incluso recientemente el
Ministerio de Educación de la de Tucumán nos acaba de prever el recurso humano,
así que ya contamos con un equipo de docentes adscriptos”, explica y añade que
en la Escuelita se realizan talleres que dependen de la Dirección de Jóvenes y
Adultos lo que es fundamental para el desarrollo de las tareas cotidianas.
Transformar el dolor en compromiso
En la escuelita de Famaillá trabajan Graciela Cortez y Luis
Ortiz, ambos sobrevivientes del Operativo Independencia. Sus historias,
atravesadas por el trágico pasado, sacan a la luz un mensaje de esperanza, de
saber que se puede transformar el dolor en compromiso.
Graciela …
“Soy sobreviviente
del Operativo Independencia, del suceso conocido como el combate de Manchalá”,
cuenta Graciela Cortéz al intentar explicar los hechos fortuitos que
determinaron que ella y su familia fueran detenidos en la propia finca en donde
vivían y trabajaban, ya que su padre era el capataz del lugar.
El combate de
Manchalá, fue el enfrentamiento que se produce entre el ejercito
Argentino y el ERP en ese pueblo ubicado a unos 17 kilómetros de la ciudad de
Famaillá. La pelea se desarrolla en los alrededores de la finca de cañaverales
en donde trabajaban los Cortéz y otros peones.
Después del suceso, los militares se instalan durante dos
meses imponiendo prisión domiciliaria a todos los empleados que se encontraban
en la propiedad. Graciela tenía 21 años y se desempeñaba en la parte
administrativa de una de las oficinas de las secretarías de trabajo, en el
Sindicato de la Banderita y nunca fue militante.
“El primer día que llegaron lo hicieron con atropello, a mi
padre lo golpearon y torturaron, igual que a los otros empleados de la finca;
yo también padecí un montón de torturas. Estábamos vigilados las 24 horas del
día, hasta cuando íbamos al baño”, cuenta Graciela cuando trae a la memoria
aquellos días que parecieron una eternidad.
Esta mujer de 62 años explica que el terror padecido la
sumió en el silencio y así estuvo callada, con miedo, durante décadas, hasta
que un día se animó a dar ese gran paso que solo lo pueden dar los valientes:
se animó a contar su historia. Aclara que nunca había militado hasta que en el
2007, conoció al grupo de sobrevivientes de la Escuelita.
“Ahora si puedo decir que soy militante por los Derechos
Humanos, me siento unida a mis compañeros por el dolor que atravesamos, y hoy
me siento contenida y con ganas de luchar”.
Graciela relata que siempre se hacía la misma pregunta:
“¿Por qué no me han matado en ese entonces, si tenían la oportunidad de
hacerlo?. Ahora lo se, Dios me había puesto en el camino luchar por la
reconstrucción y recuperación de este espacio y de la memoria. Ese fue el
objetivo que nos llevó a trabajar, durante todos estos años, a los
sobrevivientes y a los organismos de Derechos Humanos; fruto de ese trabajo
pudimos recuperar este lugar y homenajear a los 30.000 desaparecidos”.
Luis…
escuelita de famailla 4“Un día, cuando dormíamos, entraron a
mi casa. Yo dormía en el mismo cuarto que mi hermano, pero el no estaba en ese
momento, por suerte. De ahí me llevan a la Jefatura de Policía, estoy una noche
y después me traen acá”, relata Luis Ortiz cuando da la entrevista en el mismo
lugar en el que estuvo secuestrado y en el que actualmente trabaja: La
Escuelita de Famaillá.
A pesar de que recorre todos los días los pasillos para
guiar y explicar lo sucedido a los estudiantes que visitan este sitio, no logra
recordar el aula en la que estuvo encerrado.
“Aquí estuve varios días, creo que más de 20, escuchaba
voces, me daba cuenta de que éramos muchos, todo el tiempo tuve los ojos
vendados y las manos atadas.Este fue el terror para el pueblo, es el claro
ejemplo de lo que hizo el terrorismo al pueblo, para que el pueblo aprenda que
no debe participar en nada. Acá murieron compañeros, pasó mi hermano por acá,
pero el no apareció nunca”.
Luis explica que trabajar en la Escuelita le provoca una
mezcla de dolor por lo que le pasó a él, luego su hermano (Ramón Ortíz) y a
tanta gente, pero a la vez “le da la fuerza de seguir militando” con el
objetivo de que “la memoria siga viva, haya justicia y todo se sepa”.
“A pesar del terror que vivimos, que no lo podemos olvidar,
venimos acá para que la juventud conozca lo que pasó, porque esto no puede
suceder nunca más”.
Fuente: Abogados Tucumán