Hace 14 años un expolicía federal asesinó a la mamá de Mara. Los
medios dijeron que fue un “crimen pasional” e inventaron detalles morbosos.
Ella convirtió el dolor y la búsqueda de justicia en un documental.
—Cuando
supe que sí, que era mi mamá, no te imaginás… —me dice Mara sosteniendo el mate
con la caricatura de Frida Kahlo.
No, no me imagino. Porque por más
que me imagine, no me pasó nada parecido. María Elena, la mamá de Mara fue
asesinada por su pareja un día de invierno de 2005. El caso se difundió en los
medios como un “crimen pasional” en Puerto Madero.
Es la segunda vez que Mara me
recibe en su departamento de Caballito. La última fue hace más de dos años.
Ahora estamos sentadas en el mismo lugar que entonces, el sillón marrón de
espaldas al ventanal, y por delante la mesita ratona en la que apoyó el termo y
una bolsa con galletitas. De vez en cuando, la gata gris nos mira desde lejos o
se arremolina sobre el piso.
En aquella ocasión me contó que
estaba incursionando en el cine. Junto a unos amigos iba a filmar un documental
sobre el caso de su mamá y de otras mujeres.
Mara supo un día que su mamá había
empezado una relación con un hombre. Nada más que eso. Su mamá no quiso
contarle demasiado. Supo también, al poco tiempo, que la pareja estaba por romperse.
Una noche de invierno, María Elena le avisó a la hija que iba a volver tarde y
arregló un encuentro con él para comunicarle la decisión de terminar.
Cerca de la medianoche, Mara
recibió un llamado. Era un guardia que trabajaba en el garaje en que su mamá
guardaba el auto.
—¿Vos sabés dónde está tu mamá?
—le preguntó.
Ella le contestó que había salido
pero que no sabía adónde. El hombre saludó y colgó. Más tarde, se enteraría: el
hombre del garaje había visto el auto de María Elena en la televisión, bajo un
cartel que anunciaba el crimen de una mujer en Puerto Madero. Era esa la
patente, cómo no reconocerla si todos los días corroboraba que esos números y
esas letras coincidieran con las que tenía anotadas en el registro de clientes
fijos del garaje. Él fue el primero en saberlo, pero no encontró la forma de
contárselo a Mara.
El segundo llamado fue el de
Prefectura.
II
Como en una escena del film
Atracción fatal. Así se refirió al asesinato, por aquel entonces, un medio
gráfico.
“Acuchilló a su pareja e intentó
suicidarse”, dice un titular del diario La Nación del 21 de julio de 2005. “La
hipótesis de los investigadores es que el crimen ocurrió luego de una discusión
pasional y después de matar a la mujer, el hombre intentó suicidarse”, explica.
“Misterioso crimen pasional en
pleno Puerto Madero”, dice Infobae el 20 de julio de 2005. “Lo procesan por
matar a una mujer en pleno Puerto Madero”, titula el 8 de agosto del mismo año.
El artículo devela datos sobre la identidad del asesino. Es Ernesto Jorge
Narcisi, un ex policía federal que después de consumar el asesinato se hace un
corte en el cuello con la misma navaja.
María Elena recibía maltratos
frecuentes por parte de Narcisi. Se lo había confesado a sus amistades, quienes
le habían recomendado que lo denunciara. Mara se enteró demasiado tarde. Eso le
duele mucho, pero intenta comprender las decisiones de una madre que buscaba
mostrarse siempre fuerte, amorosa y alegre, como se supone que tiene que verse
una mamá.
En el año 2005 se habla de
discusión y de “crimen pasional”. La sociedad y los medios no llegan a
dimensionar lo que realmente es: un femicidio. No logran comprenderlo de esa
manera porque el término no existe en el universo del periodismo ni de la
justicia.
El crimen de María Elena Gómez se
difunde banalizado por la idea del asesinato mediado por la pasión. El hombre
es juzgado por homicidio simple y en el año 2013 queda libre.
Mara siente que la muerte de su
mamá fue vapuleada por los medios. Por eso un día, aprovechando una consigna de
trabajo de la Facultad, escribió “El femicidio de María Elena Gómez: mi derecho
a réplica como hija de la víctima”. Visitó bibliotecas y archivos. Revisó casi
todos los diarios y revistas que hablaban del crimen, menos uno. El relato de
familiares cercanos y una mirada rápida a la tapa la llevaron a descartar la
edición de Crónica del día posterior al asesinato. La portada muestra el
cadáver de María Elena sobre la camilla. El texto y las imágenes que narran el
hecho avanzan sin piedad sobre la escena del crimen: el cuerpo, el arma, la
sangre. Para sumarle morbosidad, inventan que la puñalada fue en la vagina,
especulan que se trata de una venganza por
infidelidad.
En su texto, Mara busca retrucar
los discursos que manipularon el femicidio de su mamá. No quiere usar la
tercera persona, rechaza el formato del ensayo y de la monografía. Siente que
el camino del duelo y el que tiene que transitar hacia el desagravio, incluyen
el uso de la primera persona, el “yo” como gesto de compromiso y homenaje.
Entonces surge la idea de hacer la película y de presentarla como tesis para
recibirse de Licenciada en Ciencias de la Comunicación.
—Es un documental y yo soy la
protagonista como hija de la víctima. Lo que cuento ahí es un recorrido por los
diez años desde que sucedió el femicidio, con la idea de que además del duelo
hay un proceso de empoderamiento.
III
—Mi mamá era todo —dice Mara
parada al lado de la hornalla, a punto de llenar el termo para el último mate.
Recuerda haber experimentado,
durante la adolescencia, ese malestar típico de la edad que la llevó a pensarse
como una chica rara. Un día, a los 12, le comentó a María Elena que se sentía
diferente, que no le gustaba todo eso que les gustaba a las chicas de su edad,
que no le causaban gracia las mismas cosas. Entonces su mamá le dijo algo que
nunca olvidó: que ella no tenía que sentirse diferente sino especial. No hay
gente rara en el mundo; sólo hay personas especiales.
Durante todos estos años de duelo,
Mara dio clases de inglés, como aprendió de su mamá. Fue a la Facultad. Hizo
traducciones. Tomó clases de pintura, de canto y de danza. Escribió en un blog
a la manera de un diario.
En el espacio virtual, habla con
su mamá. Le cuenta sobre el juicio, los artículos de investigación, el proyecto
de película, las marchas feministas a las que fue con banderas que reclamaban
justicia. Menciona las puñaladas y habla de las heridas propias. Le dice que
está, por fin, superando el dolor de a ratos: “A veces siento que las heridas
cicatrizaron y que se han vuelto callos”.
En el blog también hay fotos. Una
de ellas muestra a María Elena sonriente, remera blanca, cabellera rubia,
muchos árboles de fondo. Es el recuerdo de unas vacaciones, como aquella otra
foto en la que aparecen las dos, tomadas de la mano, las espaldas apoyadas
contra la base de un mástil en Las Leñas, y las montañas grises más allá. Una
imagen de María Elena con disfraz de bruja, riendo junto a un niño con careta de
monstruo, durante una celebración de Halloween en su instituto de inglés.
Hay una foto más antigua, retocada
y resaltada en lila. Es una niña de menos de un año estampándole un beso en la
mejilla a su mamá, que cierra los ojos en un gesto de felicidad. Son ellas dos,
Mara y María Elena, cuando la vida juntas recién empezaba.
En el Facebook de Mara hay fotos
de la primavera del 2018. Aparece con la ropa y el cabello llenos de pintura y
de papel picado. En un posteo agradece a todos lo que la ayudaron a cumplir la
meta. Son los recuerdos del día en que se recibió de Licenciada en Ciencias de
la Comunicación. Su tesis fue la presentación y defensa del film “Femicidio. Un
caso, múltiples luchas”. Se sacó un 10.
La película se estrenó en marzo de
2019. Desde una butaca del cine Gaumont, vi a Mara en Puerto Madero, con el
Puente de la Mujer de fondo. La vi volver a la esquina de Azucena Villaflor y
Aimé Painé, el lugar del hecho, para empezar a desandar el camino, deshacer las
voces que callaron o tergiversaron el femicidio. La escucho contar su historia
y rearmarse en cada escena.
Para Mara, la película fue parte
de una estrategia recíproca: ella hizo la película y la película la hizo a
ella. Y esa creación implicó tomar decisiones profundas.
¿Qué hacer con el dolor? Ella
eligió sostenerlo con toda la fuerza de sus brazos. Pero también supo, de vez
en cuando, dejarlo caer sobre el suelo, y entonces lo vio desarmarse,
deshojarse y volverse arte.
¿Cómo ser la hija de una víctima
de femicidio? Mara quiso hacer de su caso una herramienta para abrir esa puerta
que separa lo individual de lo social. El dolor y la búsqueda de justicia se
transformaron en brotes que crecieron hasta alcanzar otras luchas. En el nombre
de la madre, la voz de una hija fue canto colectivo, memoria múltiple.
Fuente: http://cosecharoja.org/en-el-nombre-de-mi-madre-2/