Esta
semana se cumplió el primer año de gestión de Alberto Fernández. La pandemia
puso patas arriba a la economía global y local, trastocando todos los objetivos
que tenía el nuevo gobierno. Recordar las primeras medidas y realizar un
diagnóstico de la situación actual permitirá anticipar cómo podría ser un 2021,
tal vez un poco menos marcado por la pandemia, afirma el último informe de la
consultora Ecolatina.
Había
una difícil misión: bajar una inflación que había promediado 50% anual en el
bienio anterior. Como si todo esto fuera poco, se enfrentaba con importantes
restricciones fiscales: aunque la salud de las cuentas públicas había mejorado
durante la gestión Cambiemos, las exigencias de la reestructuración de la deuda
y el nulo acceso al crédito frenaban las posibilidades de que el sector público
encabezara la recuperación.
A
comienzos del mandato, el gobierno aumentó las retenciones a las exportaciones
agropecuarias, endureció las alícuotas de bienes personales y cambió la fórmula
de movilidad jubilatoria aprobada a fines de 2017 por aumentos discrecionales
para la seguridad social -subas en línea con la inflación para los haberes
mínimos jubilatorios y por debajo para quienes cobren más de $ 30.000 -. De
esta forma, el resultado fiscal se aprestaba a encarar un 2020 equilibrado.
Este
margen le permitió al Poder Ejecutivo congelar las tarifas de servicios
públicos durante el primer semestre de 2020, en vistas de relajar presiones
inflacionarias. Además, se otorgaron aumentos salariales de $ 3.000 pesos en
enero y 4.000 en febrero (a cuenta de paritarias) por decreto, en virtud de
apuntalar el poder adquisitivo de los trabajadores de menores recursos, ya que
este tipo de ajustes se diluyen a medida que se escala en la pirámide de
ingresos. Como resultado, el salario real creció 5,5% en el primer trimestre
del año, mostrando algunas señales de recuperación.
Sin
embargo, cualquier atisbo de mejora desapareció en marzo. La llegada de la
pandemia forzó a restringir la producción y dejó a mucha gente sin ingresos. En
respuesta, el gobierno expandió su gasto en medio de una caída inédita de la
recaudación. El aumento del déficit fiscal fue moneda corriente a lo largo del
mundo; sin embargo, fuimos la excepción a la hora de financiarlo: casi
íntegramente con emisión, dado que los mercados de crédito seguían cerrados.
El
Banco Central comenzó a asistir al Tesoro, y arreciaron presiones cambiarias. A
partir de abril, la emisión se disparó, dando lugar a un exceso de liquidez -no
absorbido en un primer momento-, que presionó tanto al dólar oficial como a las
cotizaciones paralelas. En respuesta, la brecha escalaba semana tras semana.
En
un primer momento, el equipo económico caracterizó a estas presiones como transitorias,
asociadas a la incertidumbre que generaba la pandemia a nivel global y una
reestructuración de la deuda abierta. Por lo tanto, el Banco Central vendió
reservas para de esta forma contrarrestar el exceso de demanda de divisas sin
devaluar.
Derrumbe de la economía
En
simultáneo, la economía se derrumbaba, cayendo a tasas de dos dígitos
interanuales y se destruían alrededor de un quinto de los puestos de trabajo.
Aunque una parte no menor de esta dinámica obedeció a las restricciones
operativas, los problemas de demanda no tardaron en aparecer. Por lo tanto, la
incertidumbre local no obedecía solo a la renegociación de la deuda, sino
también a que la crisis económica y social se agudizaba.
De
esta forma, llegábamos a mitad de año con fuertes desafíos. Por un lado, una
crisis sanitaria que no cedía. Por otro, una crisis económica y social que se
agravaba con la pandemia. Por último, un desequilibrio fiscal inédito
financiado con emisión en medio de una reestructuración de la deuda con
acreedores privados.
A
fines de agosto, el Ministerio de Economía reestructuró su deuda con los
acreedores privados, logrando un buen acuerdo en materia de plazos de pago y
reducción de intereses. Sin embargo, la negociación no alcanzó para desalentar
la dolarización ni reabrir el financiamiento externo. Por el contrario, en un
contexto donde las reservas netas retrocedían a diario, las presiones se
agravaron.
En
este marco, la autoridad monetaria endureció el cepo a mediados de septiembre,
en pos de frenar la demanda de divisas. Lamentablemente, las medidas de
“garrote” no tuvieron los resultados buscados, sino que, por el contrario,
agravaron los problemas iniciales: la brecha se disparó, dando lugar a más
percepciones de atraso y alimentando en el camino las expectativas de
devaluación.
En
respuesta, el Palacio de Hacienda cambió su estrategia desde octubre, apelando
más a la zanahoria que al garrote. En lugar de endurecer los controles,
comenzaron a apuntalarse los incentivos: se relajaron -levemente- las
retenciones, se mostraron algunas señales de mayor austeridad fiscal y se
ofrecieron algunos instrumentos atractivos de ahorro en pesos (bonos dollar
linked, CER o tasa de política monetaria).
En
sus primeros días, estas medidas no surtieron grandes efectos, y el dólar
paralelo continuó su escalada, y se acercó peligrosamente a los 200 pesos. Más
preocupante todavía, las reservas netas siguieron en caída libre. Sin embargo,
hacia fines de octubre algo cambió: la ANSES y el BCRA empezaron a intervenir
en los mercados paralelos, vendiendo bonos contra pesos -operación inversa del
contado con liquidación-, y contrarrestaron parte de las tensiones.
No
obstante, las reservas siguieron en rojo durante noviembre. Aunque la caída se
atenuó, no se revirtió el derrotero. Por lo tanto, aunque las tensiones en los
mercados paralelos se relajaron, las posibilidades de una devaluación continúan
latentes: mientras que el poder de fuego del Banco Central no se recupere, las
chances de un salto cambiario permanecerán.
De
esta manera entraremos a 2021 con una economía un poco menos golpeada, e
incluso algunas perspectivas de recuperación por el lado real, pero con un
stock de reservas netas por debajo de los US$ 4.000 millones que provoca mucha
incertidumbre. Asumiendo una rápida y efectiva campaña de vacunación, la suerte
del año próximo dependerá de la batalla cambiaria: si la corrida no frena y hay
una devaluación, las tibias señales de mejora desaparecerán una vez más; en
cambio, si la estrategia del Banco Central termina siendo exitosa y se evita el
salto del dólar oficial, es probable que la recuperación se fortalezca mes a
mes.
Fuente: https://mercado.com.ar/economia-y-politica/primer-ano-pandemia-crisis-y-perspectivas-2021/