
Mantenerse inactivo genera una
serie de cambios progresivos en la forma física, la masa muscular y el
rendimiento del individuo.
A veces es desgano y pereza, en
algunas ocasiones se debe a lesiones. Hay casos en los que simplemente se trata
de un cambio de estilo de vida. El avance tecnológico también influye, ya que
exige cada vez menos esfuerzos y desplazamientos en las tareas cotidianas y
laborales. En definitiva, cada uno de estas razones provocan que la actividad
física quede relegada de la agenda diaria y reservada solo para quienes tienen
tiempo y disponibilidad de acceder a un centro de entrenamiento.
La muestra se refleja en el
último relevamiento a gran escala llevado a cabo por la Organización Mundial de
la Salud (OMS) en el que el ente alerta que en la actualidad el 28% de la
población (o 1,4 mil millones de personas) están físicamente inactivos. Aquella
investigación, publicada en la revista The Lancet Global Health, incluyó a 168
países, comparando estadísticas de principios del siglo XXI con las de 2016,
correspondientes a 358 encuestas, con 1,9 millones de participantes.
Los datos son preocupantes por el
impacto que supone. La inactividad física es el cuarto factor de riesgo en lo
que respecta a la mortalidad mundial (6% de las muertes registradas) y se
considera como la causa principal de entre un 21% y 25% de los cánceres de mama
y de colon, el 27% de los casos de diabetes y aproximadamente del 30% de la
carga de cardiopatía isquémica.
Las consecuencias son evidentes
desde el día que se abandona el ejercicio físico. En estos casos son notorias
en la forma física, la masa muscular y el rendimiento del individuo. A la
semana de dejar la práctica, la capacidad de absorción de oxígeno (que genera
energía para los músculos) se reduce el 5% y aproximadamente 12% cuando el
período de inactividad se extiende entre dos y tres semanas, de acuerdo al
National Institute of Health.
Por supuesto, la inactividad
impacta directamente en la performance: si antes para correr 5 kilómetros se
necesitaban unos 20 minutos, tras semanas sin entrenar el mismo trayecto
llevará varios minutos más. Después de un mes, se calcula que se requerirán
alrededor de tres minutos más para completar el recorrido.
También en este contexto, las
células de los músculos serán más pequeñas, a la vez que crecerán las de grasa,
pudiendo generar la sensación de hinchazón. Así, se elevan los riegos de
presión alta, enfermedades cardiovasculares y obesidad, entre otros.
En los manuales de los expertos,
se considera actividad física a cualquier movimiento corporal producido por los
músculos esqueléticos que exija gasto de energía. A diferencia del ejercicio,
estas actividades entrañan movimiento corporal y se realizan como parte de los
momentos de juego, del trabajo, de formas de transporte activas, de las tareas
domésticas y de actividades recreativas.
Según la OMS, la actividad física
es una practica aceptada y considerada, desde hace tiempo, un recurso
terapéutico estimable en el tratamiento de la obesidad. En ese sentido, reduce
de peso, mejora la capacidad aeróbica, la resistencia a la leptina, contribuye
el aumento del gasto energético, de la capacidad de oxidación y utilización de
las grasas. También favorece el control de la ingestión de alimentos con la
consecuente disminución de la ingesta calórica, del picoteo y la ingestión de
grasas.
Pero además aporta beneficios
psíquicos al elevar la autoestima y la imagen corporal. Y reduce la presión
arterial y los niveles de insulina. Tanto es así que una reciente investigación
de la Sociedad Americana de Cáncer demostró el impacto positivo el cuerpo de
reemplazar 30 minutos de estar sentado por ejercicio.
Cantidades sugeridas según la
edad
Los lineamientos de la OMS
indican que niños y adolescentes de 5 a 17 años deben realizar al menos 60
minutos diarios de actividad física moderada o intensa, con variantes que
fortalezcan los músculos y huesos, por lo menos tres veces a la semana. Existen
guías para conocer cómo entrenar según la edad y cuándo empezar el gimnasio.
Entre adultos de 18 a 64 años, se
recomiendan 150 minutos semanales de
práctica moderada, o 75 minutos de manera intensa. En esta franja
etaria, los ejercicios de fortalecimiento muscular desde dos a más días a la
semana.
"El ejercicio recomendado
era antiguamente el de alta intensidad, pero hoy está comprobado que el
ejercicio físico no necesita ser tan intenso, ya que los planes leves y
moderados tienen un impacto igual o superior, así como una mayor adherencia a
largo plazo", sostuvo Liliana Grimberg, coordinadora del Área de Nutrición
del Centro Ravenna.
Por último, para los mayores de
65 años, también se aconsejan los mismos valores, con sesiones de 10 minutos
como mínimo. Las personas con problemas de movilidad deben practicar actividad
física para mejorar su equilibrio y prevenir caídas por lo menos tres días a la
semana.
Un chequeo antes de comenzar
Carlos Reguera, médico cardiólogo
y Jefe del Área de Medicina Preventiva del Instituto de Neurociencias Buenos
Aires, recalcó que es importante efectuar una consulta cardiológica que incluya
evaluación del paciente, interrogatorio y examen físico.
"Hay que tener en cuenta la
historia familiar de enfermedad cardíaca y muerte súbita, antecedentes
cardíacos personales y los síntomas relacionados con el ejercicio, síncope
específicamente, dolor en el pecho y palpitaciones. El examen físico incluye la
medición de la presión arterial, la palpación de pulsos y la auscultación
dinámica, entre otros", explicó el especialista.
Luego de esta consulta, los
estudios son vitales. El electrocardiograma y la prueba de esfuerzo son
estudios básicos y de primer orden que consisten en someter al paciente a un
esfuerzo para evaluar la respuesta cardiovascular. "En el caso de
encontrarse hallazgos dudosos o patológicos se podrá avanzar con estudios
adicionales como ecocardiografía, holter, o una resonancia cardíaca, por
mencionar solo algunos", redondeó Reguera.
Fuente: Infobae